Por Guillermo Caprarulo
Son las 3,30 de la mañana. Me asomo por la ventana y miro el almacén
de enfrente abierta. Algunos ingieren la bebida comprada a solo unos tres
metros del lugar. De a poco comienzan a gritar y a vociferar. La calle
desierta, de vez en cuando algún auto o alguna moto de pequeña cilindrada, de
cada cuatro, dos se detienen en el almacén. Ya son las 4 de la mañana.
Alrededor de seis menores, van y vienen, corren, se cargan, se adueñan
de la calle, algunos andan en bici, otros en skate. Me pregunto, como no están
en sus casas estos pibes. Son las 4,30 de la mañana.
De repente, se escuchan más gritos e insultos, en el medio de la
arteria, dos personas aparentemente por su motricidad están alcoholizados, discuten,
se empujan, caminan, avanzan y retroceden. En la esquina, de contramano, una
persona intenta empujar una moto
-que no arranca- el conductor hace equilibrio en cada empujón. Son las
5 de la mañana.
Gritos y corridas, se escapa por la Víctor Hugo, rompió los vidrios de
un taxi, dos más corren atrás, después me entere que también intento romper una
vidriera, y mi vecino me conto que le robaron una caja de herramientas, que
contradictorio. Son las 5,30 de la mañana.
El almacén ya está cerrando, dos o tres albañiles esperan la camioneta
que los lleva a la obra, dos personas en la parada del colectivo, los perros ya
no ladran. Los móviles de la policía y de la guardia urbana, no se vieron. Me preparo
un café y me alisto para ir a trabajar. Son las 6 de la mañana.
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