jueves, 27 de junio de 2013
Los hijos de los miserables
Por Guillermo Caprarulo
¿Quién no ha conocido a un miserable? Viven en Pinamar y también en cualquier lugar del mundo. Se define a “Miserable”, como aquel desdichado, infeliz, de poco valor, avariento, mezquino, malvado, perverso, canalla, rasposo, roñoso, sórdido y la lista seguiría mucho más. Nos encontramos que los miserables abundan en todas las clases sociales, raza y religión. El mejor ejemplo es el más cercano. Podemos ubicar a ladrones disfrazados de empresarios, a buchones enmascarados de comunicadores, a moralistas prostituyendo a menores, tímidos que por las noches se transforman en violadores, y solidarios manchados de violencia.
Pero el tema que hoy quiero reflexionar no son ellos, sino sus hijos. ¿Qué pasa en la vida de los hijos de los miserables? Algunos seguirán el modelo sanguíneo y serán miserables desde la primera hora. Otros se revelaran a destino tan cruel, con diferentes resultados; unos cortarán todo lazo familiar a cualquier precio y algunos intentarán cambiar pero terminarán sucumbiendo y doblegándose también a la herencia paterna.
La pobreza humana es el denominador común de estos jóvenes infelices. Quedar manchado su nombre por las acciones de sus padres, algunos pensarán: “que culpan tienen los hijos”, otros con un pensamiento místico afirmaran: “que los hijos eligen a sus padres…”. Es casi imposible encontrar una respuesta a tanta desgracia. Podrán ser exitosos en sus trabajos, alcanzar posiciones prestigiosas, conformar una familia, y conocer el mundo, pero siempre llevarán la condición de ser los hijos de los miserables.
Como una extraña maldición que se transfiere de generación en generación, que no puede ser eliminada por todos los sabios del universo, va infectando el tejido social de una comunidad, mutando valores y destruyendo los mejores ejemplos.
Y como dice Víctor Hugo en “Los Miserables”:”Parecen totalmente depravados, corruptos, viles y odiosos; pero es muy raro que aquellos que hayan llegado tan bajo no hayan sido degradados en el proceso, además, llega un punto en que los desafortunados y los infames son agrupados, fusionados en un único mundo fatídico”.
Vaya si tenemos hijos de está calaña en Pinamar, que están en una carrera alocada por ser más Miserables que sus padres, borrachos de soberbia y enfermos de ira en busca de alcanzar ese trofeo mayor: “dejar de ser el hijo, para convertirse en un autentico Miserable”.
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