Por Sandra Russo (Página 12)
Durante los ’90, hubo un lenguaje que acompañó a esa coreografía económica mundial, la que disciplinó a la política hasta convertirla en algo irritante y fastidioso, en eso que había que sacarse de encima. Se hablaba entonces de “lo inevitable”. Era “inevitable” ajustar la economía, y para eso había que tener “coraje”. Durante dos décadas las dirigencias y los medios de comunicación ya globalizados prepararon a los pueblos para poner el cuello allí donde caería la guadaña. Inevitablemente.
El “coraje”, la “valentía” y “la audacia” eran sustantivos que no necesitaban ser calificados, de modo que fuimos entrenados para asumir que todo aquello que el neoliberalismo nos tenía reservado era impopular: los líderes del sistema eran los que tenían el temple para hacer añicos las estructuras productivas y los lazos sociales, y eso era “inevitable” porque no había ninguna otra cosa que hacer. El Muro había caído, el socialismo real había fracasado y el Pensamiento Unico se alzaba como el único puerto adonde llevar nuestros destinos de náufragos.
Lo que ya estalló en América latina sigue estallando en otras latitudes, y es extraño, como resaltó Carlos Heller ayer en este diario, que en los profusos análisis que se han hecho sobre las crisis de los países árabes no hayan aparecido los correlatos entre este sorprendente 2011 norte africano y el 2000 latinoamericano, cuando comenzaron a caer los gobiernos neoliberales.
Posiblemente la falta de conexión entre una cosa y la otra se deba a que la crisis egipcia es leída casi sin excepción como una rebelión contra un régimen opresivo. Es un dato duro de la realidad que el de Mubarak era un régimen de esa especie, pero no es un dato más blando que ese régimen viniera aplicando a rajatabla las recetas económicas del FMI. Lo curioso es que la prensa hegemónica internacional se limite a recargar el sentido de la crisis egipcia en la demanda ciudadana de libertades políticas y civiles, y que recorte el capítulo en el que los egipcios gritan a viva voz que quieren también y en concordancia otra política económica. No bien asumió el actual gobierno militar, los egipcios volvieron a salir a la calle para pedir aumentos salariales. Como eso no encaja en el relato sobre el autarca derrocado, sino más bien echa luz sobre el tipo de autocracia que llevó adelante Mubarak, esos reclamos no son televisados: el foco pasa directamente a la plaza ya vacía por la fuerza, y se hace silencio sobre el estado de la economía egipcia, tan neoliberal como fue la de Menem, Bucaram, Collor de Melo, Fujimori o Carlos Andrés Pérez.
Las coberturas sobre Egipto replican ahora ese relato, que no es antojadizo ni inocente, sobre millones de ciudadanos de clase media que merced a las redes sociales lograron imponer su voluntad democrática a un régimen cuya naturaleza dictatorial fue no obstante negada, tapada, encubierta y eclipsada por sus socios mundiales. Pese a que las coberturas de los grandes medios no abundaron en esos detalles, pudo saberse, como informó el sitio canadiense The Global Research, levantado a su vez por el periódico digital Rebelión, que Estados Unidos no fue tomado por sorpresa, sino que más bien fue un actor importante en los movimientos políticos egipcios. En un artículo titulado “Los dictadores no ordenan, obedecen”, se indicaba que desde noviembre de 2010, el Departamento de Estado venía manteniendo reuniones con la oposición a Mubarak, y el Freedom House, incluso, capacitó a decenas de los blogueros que luego fogonearon la protesta. Ahora se menciona como un posible candidato a la presidencia al director de Google regional. Quizá tenga que ver.
La protesta no fue inventada, claro. Y los millones de egipcios que salieron a la calle y los centenares de muertos que dejó atrás el régimen dan sobradas muestras del caldo de cultivo extraordinario que había en ese país. La pregunta es quién capitalizará esa fuerza política sin líderes claros por el momento, y de qué manera intentará Washington que cambie el gobierno pero no la política neoliberal que llevaba adelante Mubarak.
Lo que aparece claro en Africa del Norte es la anticipación en el uso de las nuevas tecnologías, un globo de ensayo para instalar en ellas discursos y relatos que encaucen voluntades de un modo que ya no pueden conseguir los medios de comunicación tradicionales, toda vez que en todo el mundo los ciudadanos son cada vez más conscientes de que no es de ellos de donde proviene la información, sino que apenas son transmisores de intereses.
Los poderes constituidos, políticos allá, fácticos aquí, chocan contra esas nuevas tecnologías y se esfuerzan por hacer nido en ellas. Nada es lineal ni, ya, “inevitable”. Es obvio que desde la cúpula del poder globalizado se intentará generar en Egipto una democracia tutelada, que guarde las formas pero no cambie el fondo. Un cronista de noticias de C5N comentaba la semana pasada que “el nuevo gobierno egipcio deberá contar con el visto bueno norteamericano”, a lo que la conductora de la tarde le respondía con un simple “desde ya”.
Pero los medios tradicionales son actualmente impotentes para que la información que dan sea tomada como cierta, completa o seria. Lo hemos visto aquí en el caso del avión norteamericano: el abc de cualquier esbozo periodístico obliga al menos a contrastar fuentes. El impudor y la torpeza para dar sólo una fuente, la que se apega a sus intereses, día a día alejan a ciudadanos que buscan información en otra parte. Y la hay. Y cada vez hay más gente que sabe buscarla. Por eso la jugada de anticipación: copar las redes e inocularlas, al tiempo que la protesta era “respetada” porque no era “antinorteamericana”. Un mecanismo: usted quéjese del tirano de turno, pero sólo de ese tirano, no de las directivas extranjeras que cumplió.
En la Argentina, un caso extraño por el desembozado tenor político y faccioso de los medios hegemónicos, no fue posible la penetración preventiva de las redes, pero después del golpe en Honduras y de los intentos de golpe en Venezuela, Paraguay, Bolivia y Ecuador, hay un intento que se irá vislumbrando con los meses, y que intenta oponer a las respectivas batallas culturales el de la “cultura estratégica” que baja desde Estados Unidos. Esa operación se sirve de las nuevas tecnologías, que es donde hoy se libra la nueva pelea de sentido, allí donde la comunicación está horizontalizada y se testean las sociedades, donde surgen día a día nuevos comunicadores que dan otras versiones, reflexionan distinto, multiplican artículos de medios alternativos, se discute en foros y se forjan contrarrelatos para oponer al relato del statu quo.
Nunca como hoy en el mundo la pelea por el sentido fue tan ardorosa y tan crucial. Y nunca como hoy los ciudadanos han debido ser tan astutos y tan veloces como para sacar a tiempo sus mentes de las trampas cazabobos que les tienden tanto desde el “periodismo independiente” como ahora también desde la red. No está de más decirlo y repetirlo: esa pelea por el sentido se libra palabra por palabra.
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