Por Luis Bruschtein (Página 12) 05/06/10
El pronóstico era que el Gobierno ya tenía que estar en proceso de descomposición. Después de la 125, ése era el diagnóstico de la oposición, de los medios y hasta de sectores del oficialismo que ya preparaban sin disimulo el cambio de camiseta. La crisis del kirchnerismo traería “un proceso de reagrupamiento”. El cuadro se completaba con que la crisis económica y la conflictividad social irían en ascenso, el Gobierno quedaría aislado, sin respaldo, sería empujado cada vez más a la derecha por el PJ y los caciques del peronismo se devorarían entre sí. Del otro lado se produciría ese reagrupamiento en toda la gama desde la izquierda a la derecha, incluyendo sectores del peronismo.
Ese enfoque encontró algún respaldo después, con los resultados del 28 de junio. Pero allí la lectura de la oposición comenzaba a perder contacto con la realidad, muy presionada por las exigencias y por el exitismo ruidoso de los grandes medios, el que, además, coincidía con sus expresiones de deseo. Las estrategias se fueron definiendo en función de esa mirada poco pragmática. Si casi el 70 por ciento había votado contra el Gobierno, entonces había que impedirle que tomara decisiones. El mecanismo fue unificarse para acorralar al oficialismo y dejarlo sin capacidad de acción.
Se planteó así la confrontación entre una oposición cuya lectura de la realidad era más que nada expresión de deseos (pintada como realidad por los medios) y un oficialismo más pragmático que operó sobre las diferencias de esa falsa homogeneidad que planteaban sus adversarios.
La oposición fue una suma de pequeños errores que la llevó a una órbita cada vez más lejana. El kirchnerismo, en cambio, mostró reflejo en las malas y desarrolló su propuesta con mucha gestión mientras la oposición tropezaba todo el tiempo con su mala lectura de la realidad. Frente a un adversario hiperkinético, el supuesto gigante de la oposición se levantaba y volvía a caer. Un gigante invertebrado, un espejismo construido con los vidrios de colores que regalaban los analistas de los grandes medios.
En función de esa ilusión mediática, el centroizquierda antikirchnerista también pagó un costo cada vez que se mostró aliado al resto de la oposición, como con el famoso Grupo A del Parlamento, porque nunca pudo instalar una mirada progresista en esas alianzas tan amplias y, por el contrario, aparecía en la foto con figuras que han sido históricamente las contracaras del progresismo en la Argentina, convalidando políticas que sus bases siempre han repudiado. Una parte del nuevo electorado que respaldó a Pino Solanas en Proyecto Sur aprueba cualquier forma de indignación opositora y lo han votado para eso. Pero otra parte de su voto se espantó cada vez que lo vio actuar como parte del Grupo A. Pino deberá encontrar un difícil punto de equilibrio en esa tensión. El surgimiento del nuevo bloque de centroizquierda, junto con los socialistas y el GEN de Margarita Stolbizer, introduce una lógica parlamentaria diferente de la del año pasado y da mejor cuenta de la realidad política.
Finalmente no sólo no se produjo la anunciada agonía del kirchnerismo sino que, por el contrario, logró rearmar su tropa, regenerar la mística y ponerse milagrosamente en carrera para el 2011 cuando todavía falta un año y medio. En vez de discutir las pompas fúnebres se está discutiendo si es que pierde en segunda vuelta, pero que tiene posibilidad de ganar en la primera. Solamente pasó un año –y además fue un año de crisis mundial con coletazos en Argentina, no fue un año fácil– y el escenario que esperaban los dirigentes opositores y los grandes medios no se cumplió en nada. Todos creían que para esta época el kirchnerismo no figuraría ni a placet. Y si bien es repudiable el escrache a Alfredo De Angeli, el año pasado los escrachados eran funcionarios del Gobierno o legisladores oficialistas.
El pronóstico era que el Gobierno ya tenía que estar en proceso de descomposición. Después de la 125, ése era el diagnóstico de la oposición, de los medios y hasta de sectores del oficialismo que ya preparaban sin disimulo el cambio de camiseta. La crisis del kirchnerismo traería “un proceso de reagrupamiento”. El cuadro se completaba con que la crisis económica y la conflictividad social irían en ascenso, el Gobierno quedaría aislado, sin respaldo, sería empujado cada vez más a la derecha por el PJ y los caciques del peronismo se devorarían entre sí. Del otro lado se produciría ese reagrupamiento en toda la gama desde la izquierda a la derecha, incluyendo sectores del peronismo.
Ese enfoque encontró algún respaldo después, con los resultados del 28 de junio. Pero allí la lectura de la oposición comenzaba a perder contacto con la realidad, muy presionada por las exigencias y por el exitismo ruidoso de los grandes medios, el que, además, coincidía con sus expresiones de deseo. Las estrategias se fueron definiendo en función de esa mirada poco pragmática. Si casi el 70 por ciento había votado contra el Gobierno, entonces había que impedirle que tomara decisiones. El mecanismo fue unificarse para acorralar al oficialismo y dejarlo sin capacidad de acción.
Se planteó así la confrontación entre una oposición cuya lectura de la realidad era más que nada expresión de deseos (pintada como realidad por los medios) y un oficialismo más pragmático que operó sobre las diferencias de esa falsa homogeneidad que planteaban sus adversarios.
La oposición fue una suma de pequeños errores que la llevó a una órbita cada vez más lejana. El kirchnerismo, en cambio, mostró reflejo en las malas y desarrolló su propuesta con mucha gestión mientras la oposición tropezaba todo el tiempo con su mala lectura de la realidad. Frente a un adversario hiperkinético, el supuesto gigante de la oposición se levantaba y volvía a caer. Un gigante invertebrado, un espejismo construido con los vidrios de colores que regalaban los analistas de los grandes medios.
En función de esa ilusión mediática, el centroizquierda antikirchnerista también pagó un costo cada vez que se mostró aliado al resto de la oposición, como con el famoso Grupo A del Parlamento, porque nunca pudo instalar una mirada progresista en esas alianzas tan amplias y, por el contrario, aparecía en la foto con figuras que han sido históricamente las contracaras del progresismo en la Argentina, convalidando políticas que sus bases siempre han repudiado. Una parte del nuevo electorado que respaldó a Pino Solanas en Proyecto Sur aprueba cualquier forma de indignación opositora y lo han votado para eso. Pero otra parte de su voto se espantó cada vez que lo vio actuar como parte del Grupo A. Pino deberá encontrar un difícil punto de equilibrio en esa tensión. El surgimiento del nuevo bloque de centroizquierda, junto con los socialistas y el GEN de Margarita Stolbizer, introduce una lógica parlamentaria diferente de la del año pasado y da mejor cuenta de la realidad política.
Finalmente no sólo no se produjo la anunciada agonía del kirchnerismo sino que, por el contrario, logró rearmar su tropa, regenerar la mística y ponerse milagrosamente en carrera para el 2011 cuando todavía falta un año y medio. En vez de discutir las pompas fúnebres se está discutiendo si es que pierde en segunda vuelta, pero que tiene posibilidad de ganar en la primera. Solamente pasó un año –y además fue un año de crisis mundial con coletazos en Argentina, no fue un año fácil– y el escenario que esperaban los dirigentes opositores y los grandes medios no se cumplió en nada. Todos creían que para esta época el kirchnerismo no figuraría ni a placet. Y si bien es repudiable el escrache a Alfredo De Angeli, el año pasado los escrachados eran funcionarios del Gobierno o legisladores oficialistas.
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