por Eduardo Anguita
Ante los rumores de que quien dirige el diario desde hace 42 años se había ausentado de la Argentina, el hermetismo empresarial es completo. “No preguntes por teléfono esas cosas” o “¿Quién fue que te lo dijo?”, fueron algunas de las respuestas recibidas por periodistas sumamente preocupados por el lugar y el momento en el que deben ejercer su profesión. El desconcierto no se debe sólo a que hace 48 días que Ernestina Herrera de Noble no está en el país sino por los evidentes motivos de su viaje. Quienes escriben en Clarín, o tienen programas en Radio Mitre, Canal 13, TN o muchos otros medios del grupo, se plantean un gran dilema ético. La tarea periodística consiste, básicamente, en proveerse de información para buscar y preservar la verdad para luego transmitirla de una manera clara y accesible para los lectores o audiencias. En su condición de trabajadores rentados por una empresa, los periodistas no tienen responsabilidad de los negocios de los empresarios. Hasta aquí las generales de la ley. Lo que sucede con el Grupo Clarín es diferente. Desde hace muchos años, sus trabajadores saben que la dueña adoptó irregularmente a sus dos hijos. También saben de los esfuerzos de sus ejecutivos por frenar la identificación biológica de ellos. Y ahora saben, o al menos se enterarán por este artículo, que Ernestina Herrera de Noble, ante la inminencia de los resultados en el Banco Nacional de Datos Genéticos, eligió irse subrepticiamente de la Argentina.
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