EL BICENTENARIO Y LOS PUEBLOS ORIGINARIO
Por Mariana Dufour
La conmemoración de los doscientos años de la formación de nuestro país como Estado autónomo encuentra a los pueblos originarios de pie y en lucha por la recuperación de sus derechos avasallados antes y después de la independencia del reino de España. Concientes de que la lucha por la emancipación de los criollos no significaba, para ellos, el reconocimiento de su identidad y sus tierras, fueron muchos los que no apoyaron esta lucha (pero de la que fueron obligados a participar). ¿Por qué apoyar a quienes, trescientos años antes, invadieron sus tierras y oprimieron sus vidas? Desde la experiencia de los pueblos originarios no había diferencia entre españoles y criollos. Ambos compartían la sed de poder, la admiración por la cultura europea y el desprecio por todo aquello que tuviera relación con lo nativo. Y no equivocaron. La independencia significó la continuidad y, en muchos casos, el recrudecimiento de la ofensiva militar y la opresión de los aborígenes hasta nuestros días. La mal llamada Conquista al Desierto y la ocupación territorial del Chaco fueron sus consecuencias más inmediatas y sangrientas, celebradas en cada fiesta patria. Hoy como ayer, la conquista continúa. Empresarios modernos roban y destruyen sus tierras dejando desierto y desolación a su paso.
Sin embargo, el Bicentenario encuentra a gran parte de la sociedad argentina indiferente ante una realidad que cada vez se manifiesta con mayor fuerza. La Marcha Nacional Indígena –Qapac Ñanta Purista–, que partió el 12 de mayo desde distintos puntos del país hacia Buenos Aires, es una prueba de esto. Ya es tiempo de que la historia y la lucha que llevan adelante sirvan para despertar la conciencia dormida y alienada de la sociedad. Lejos de lo que se supone, estas culturas están en permanente dinamismo. Su lucha tiene dos sentidos. Una muestra la tensión que viven entre sostener la herencia ancestral y la necesidad de transitar el presente sin olvidar los elementos más significativos de su tradición. No desean permanecer anclados en el pasado. Es sencillo de entender: la identidad no tiene relación con el avance tecnológico sino con la conciencia histórica y con el sentido de pertenencia a una tierra y una etnia. La otra lucha se entabla contra la cultura que oprime y niega su existencia pero roba sus tierras y el fruto de su trabajo. La Marcha Nacional Indígena muestra que estos pueblos buscan insertarse en el siglo XXI conservando su identidad y recuperando la autonomía social y cultural.
La identidad nacional
La construcción de la Nación argentina implicó la terrible ocupación territorial de la Patagonia y la región chaqueña del siglo XIX. Le continuó una política de Estado aun más fuerte: la del reemplazo poblacional. La atracción de inmigrantes provenientes de todas partes del mundo se dio en coincidencia con un proceso de asimilación de los indígenas a una única cultura nacional. Se negó al aborigen como parte constitutiva y esencial de la Nación. A partir de allí, Argentina sería una nación blanca. La escuela y el servicio militar obligatorio fueron esenciales para concretar la dominación. Hoy los medios de comunicación ocupan un lugar preponderante en este proceso que no cesa.
La recuperación aborigen fue y es difícil. Desde el Malón de la Paz de 1946 se han generado pequeños y grandes espacios de participación. En 1970 comienzan a organizarse políticamente. En 1994, en Argentina, la Constitución es modificada en su Artículo 75, inciso 17, gracias a la participación de los aborígenes. El Artículo 75 reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos originarios, el respeto a su identidad y el derecho a la propiedad comunitaria de la tierra que tradicionalmente ocupan, a la educación intercultural bilingüe, a la personería jurídica de sus comunidades a la participación referida a la gestión de sus recursos naturales y demás intereses que los afecten.
Pablo Mansilla, integrante de la agrupación Tapuc Amaru y participante de la Marcha, dijo: “Nosotros tenemos como objetivo caminar por todo el territorio para dialogar y hacer un pacto con el Estado nacional para la creación de un estado plurinacional en donde se respeten la diversidad, las tradiciones, los territorios y las costumbres de los más de 30 pueblos originarios. Tenemos 20 lenguas y somos los preexistentes a la llegada de la invasión española”.
La marcha empezó el 12 en La Quiaca, pasó por Salta, Tucumán, Córdoba, Rosario y culminó en Buenos Aires. La emblemática Plaza de Mayo los recibió. “Buscamos la reparación y la devolución de las tierras donde están asentadas las comunidades. Buscamos la reparación cultural. La reparación en lo educativo y respeto por nuestras veinte lenguas. La reparación económica para que las comunidades puedan desarrollarse y dejar de vivir en la pobreza”.
Ojalá que el Bicentenario marque un nuevo rumbo de entendimiento y respeto. Ojalá que la propuesta sea escuchada por las autoridades nacionales, de cada provincia y cada municipio. Pero, especialmente, por la sociedad argentina. “Jallalla, hermanos”.
Por Mariana Dufour
La conmemoración de los doscientos años de la formación de nuestro país como Estado autónomo encuentra a los pueblos originarios de pie y en lucha por la recuperación de sus derechos avasallados antes y después de la independencia del reino de España. Concientes de que la lucha por la emancipación de los criollos no significaba, para ellos, el reconocimiento de su identidad y sus tierras, fueron muchos los que no apoyaron esta lucha (pero de la que fueron obligados a participar). ¿Por qué apoyar a quienes, trescientos años antes, invadieron sus tierras y oprimieron sus vidas? Desde la experiencia de los pueblos originarios no había diferencia entre españoles y criollos. Ambos compartían la sed de poder, la admiración por la cultura europea y el desprecio por todo aquello que tuviera relación con lo nativo. Y no equivocaron. La independencia significó la continuidad y, en muchos casos, el recrudecimiento de la ofensiva militar y la opresión de los aborígenes hasta nuestros días. La mal llamada Conquista al Desierto y la ocupación territorial del Chaco fueron sus consecuencias más inmediatas y sangrientas, celebradas en cada fiesta patria. Hoy como ayer, la conquista continúa. Empresarios modernos roban y destruyen sus tierras dejando desierto y desolación a su paso.
Sin embargo, el Bicentenario encuentra a gran parte de la sociedad argentina indiferente ante una realidad que cada vez se manifiesta con mayor fuerza. La Marcha Nacional Indígena –Qapac Ñanta Purista–, que partió el 12 de mayo desde distintos puntos del país hacia Buenos Aires, es una prueba de esto. Ya es tiempo de que la historia y la lucha que llevan adelante sirvan para despertar la conciencia dormida y alienada de la sociedad. Lejos de lo que se supone, estas culturas están en permanente dinamismo. Su lucha tiene dos sentidos. Una muestra la tensión que viven entre sostener la herencia ancestral y la necesidad de transitar el presente sin olvidar los elementos más significativos de su tradición. No desean permanecer anclados en el pasado. Es sencillo de entender: la identidad no tiene relación con el avance tecnológico sino con la conciencia histórica y con el sentido de pertenencia a una tierra y una etnia. La otra lucha se entabla contra la cultura que oprime y niega su existencia pero roba sus tierras y el fruto de su trabajo. La Marcha Nacional Indígena muestra que estos pueblos buscan insertarse en el siglo XXI conservando su identidad y recuperando la autonomía social y cultural.
La identidad nacional
La construcción de la Nación argentina implicó la terrible ocupación territorial de la Patagonia y la región chaqueña del siglo XIX. Le continuó una política de Estado aun más fuerte: la del reemplazo poblacional. La atracción de inmigrantes provenientes de todas partes del mundo se dio en coincidencia con un proceso de asimilación de los indígenas a una única cultura nacional. Se negó al aborigen como parte constitutiva y esencial de la Nación. A partir de allí, Argentina sería una nación blanca. La escuela y el servicio militar obligatorio fueron esenciales para concretar la dominación. Hoy los medios de comunicación ocupan un lugar preponderante en este proceso que no cesa.
La recuperación aborigen fue y es difícil. Desde el Malón de la Paz de 1946 se han generado pequeños y grandes espacios de participación. En 1970 comienzan a organizarse políticamente. En 1994, en Argentina, la Constitución es modificada en su Artículo 75, inciso 17, gracias a la participación de los aborígenes. El Artículo 75 reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos originarios, el respeto a su identidad y el derecho a la propiedad comunitaria de la tierra que tradicionalmente ocupan, a la educación intercultural bilingüe, a la personería jurídica de sus comunidades a la participación referida a la gestión de sus recursos naturales y demás intereses que los afecten.
Pablo Mansilla, integrante de la agrupación Tapuc Amaru y participante de la Marcha, dijo: “Nosotros tenemos como objetivo caminar por todo el territorio para dialogar y hacer un pacto con el Estado nacional para la creación de un estado plurinacional en donde se respeten la diversidad, las tradiciones, los territorios y las costumbres de los más de 30 pueblos originarios. Tenemos 20 lenguas y somos los preexistentes a la llegada de la invasión española”.
La marcha empezó el 12 en La Quiaca, pasó por Salta, Tucumán, Córdoba, Rosario y culminó en Buenos Aires. La emblemática Plaza de Mayo los recibió. “Buscamos la reparación y la devolución de las tierras donde están asentadas las comunidades. Buscamos la reparación cultural. La reparación en lo educativo y respeto por nuestras veinte lenguas. La reparación económica para que las comunidades puedan desarrollarse y dejar de vivir en la pobreza”.
Ojalá que el Bicentenario marque un nuevo rumbo de entendimiento y respeto. Ojalá que la propuesta sea escuchada por las autoridades nacionales, de cada provincia y cada municipio. Pero, especialmente, por la sociedad argentina. “Jallalla, hermanos”.
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