por Sandra Russo (Página 12, "Una invitación")
Estoy hasta las extensiones que no tengo de las ñoñadas de la derecha, sobre todo porque fíjense: uno lucha todo el día con las palabras, para que sean correctas, directas, lo más precisas posible. Y en las últimas semanas hemos presenciado el espectáculo de la derecha diciendo cualquier cosa. La impunidad con la que hacen uso del lenguaje y formatean la realidad a su antojo es notable. Están acostumbrados a decidir todo, hasta el nombre de las cosas. Lo último de lo último, según pudo saberse en el cónclave de notables que visitó la Legislatura porteña, es que no quieren que se diga que son de derecha. Les molesta. Lo toman como una ofensa. ¿Cómo se explica? Son muy bien tratados por la gran prensa. No hay campañas multimediáticas de desprestigio de ningún pope de estos que ahora sitúan el mal en Venezuela. Se diría que es al revés. Ellos son los ideólogos del nuevo eje del mal en la región, ellos son los que pusieron la semillita intelectual. No es que defienda todo lo que pasa en Venezuela, ya que para eso tendría que saberlo. Nadie está informado sobre lo que pasa en Venezuela. (A Alvaro Vargas Llosa, por ejemplo, le hicieron notas cuando “lo detuvieron en el aeropuerto de Caracas y le retuvieron el pasaporte”. Ni una ni otra cosa. Fue un trámite migratorio largo.) La información que llega es tan sesgada y tendenciosa que desinforma. Pocos argentinos están en condiciones de discutir algo relacionado con Venezuela, porque lo que circula son clichés. En fin, pero ellos dicen que no son de derecha. Quieren ser el centro porque quieren además ser la voz oficial del mundo.
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